Exquise esquisse.
Luego de batallar derrotado
por el invernal calor del lugar,
todavía con las heridas abiertas
por los aceros certeros
de tantas cenicientas crueles,
salió ella de alguna bocanada,
de algún ovillo, de alguna mirada,
vistiendo de blanco ensangrentado,
con tatuajes de madrugada
y mechones de azul abismal.
Luna de lobos,
iluminando
los labios cosidos
a besos y a rencores,
trazando con las manos
el atlas de los aullidos,
el mapa de las sutiles fronteras
entre las crueles caricias
y las dulces mordidas.
Luego de caer derrotado
por sus caderas de rosario,
pasando en unas pocas horas
de lobo alfa a cachorro mojado,
indefenso, rendido y desarmado,
me remata con el filo de la partida;
promete un llamado sin número,
un mail sin arroba, un perfil sin nombre,
y se aleja siguiendo la madeja de Ariadna,
el directo de las ocho y media a Rosario,
el margen de la hoja de este poema de lobos.