En este reality de veinticuatro horas,
actuando la vida sin cámaras,
nos bastaba las pausas del sol,
para que las máscaras cayeran
junto a la ropa de nuestros papeles
en el piso de la habitación.
En este drama clase B,
desangrábamos compromisos
y fabricábamos reuniones,
para mentirnos desnudos,
imaginando futuros
que sólo duraban
el largo de un cigarrillo,
el chasquido de las lenguas,
el viaje de un ascensor.