jueves, 26 de noviembre de 2009

Sábado

El sábado ya sabe que se desangra,
las campanas llaman a misa de ciegos,
las multas recaudan con flash de escarcha,
la calle pintada de magnesio filoso
y nos viene a despertar tu celular celoso.

Contestás su mensaje
vestida de luz en la cama.
Le escribís que se te hizo tarde
y que te espere en la entrada.
Mientras la pantalla miente por vos,
miro el reloj, la merienda de amor llegó a su fin,
y los minutos moribundos se ríen sádicos de mí,
que creía que las horas desnudas no podían morir.

Ya debería saber
cuál es mi rol
en esta ficción
que escribimos los dos.

Cerrás el celular y la blusa también,
de nuevo presa de eso que llamás fidelidad.
Sobre el aura del atardecer viscoso
tus caderas se recortan ahora lejanas,
las sábanas ya están perdiendo tu olor,
las apariencias te aguardan implacables:
papel de novia fiel y nuera soñada,
hija creyente de familia modelo,
exitosa y joven máscara de elite.

Te vas como la lumbre se vuelve ceniza,
ya él te espera en la boletería del cine.
Sería Edipo antes de pagar por esa película,
un poco más y casi perdés la butaca,
para ver en 3D la revolución liberal
de la fina socialdemocracia digital.

Ya deberías saber, princesa,
que en tu paraíso en cuotas
no podés comprar sábanas de pasión,
ni ofertan líquida lujuria de jazmín.

Besos tan reales como una página web,
abrazos de arena y alambre de púas.
Ahora él caricia la curva de tu espalda,
sobre la que yo antes había escrito
poemas sin letras, tintas ni lunas.

La mirada de felicidad que te cruza en el hall
es tan real como la apagada sonrisa que le das,
lo sé porque te dije cómo se armaba.
“No necesitás mentir, la verdad se puede torcer”,
fue la frase que te había silbado por tu piel.

Ya aprendí con lágrimas
que los gemidos no mueren
cuando nacen en otras camas.

Cuando prendas un cigarrillo
en el crepúsculo de la habitación,
y a tu lado se advine el cuerpo de él,
que traza sueños donde son comunes y felices,
recordá que son ásperas las caricias de memoria,
las manos sólo besan fuego en labios ajenos.

Cuando leas estas líneas
ya habré borrado el archivo
de esta conversación de uno.
Y al filo del atardecer
del próximo sábado
ya no escribiré diálogos
para el guión de tu cama.

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